“Vapear”. Finalmente esa es la palabra que parece se ha implantado para hablar del consumo de cigarrillos electrónicos. Un término tan afable como engañoso, ya que nos invita a pensar que estamos respirando vapor de agua, pero ¿sabemos realmente lo que consumimos?
Desde los medios de comunicación se ha creado un debate totalmente artificial sobre las bondades y maldades de estos cigarrillos, pero es ya admitido oficialmente por las grandes sociedades médicas el carácter nocivo de los mismos.
Existe una falsa imagen de seguridad en las calles, en gran medida propiciada por la desinformación a la que se nos somete a diario. Por ello, no está de más el conocer más a fondo el producto desde una perspectiva puramente médica.
¿Qué contienen realmente los cigarrillos electrónicos?
La Agencia reguladora americana FDA (Food and Drug Administration) ya nos puso en aviso en 2010: los cigarrillos electrónicos no son sólo vapor de agua. Contienen cantidades importantes diferentes tóxicos, de los cuales merecen un mínimo desglose:
Por lo tanto, lejos de ser inocuos, y aun a falta de más estudios, estamos en disposición de decir que estos e-cigs (como se les denomina ahora) son realmente nocivos para nuestra salud.
¿Son eficaces para dejar de fumar?
Dejar de fumar conlleva en la mayoría de las ocasiones una lucha interna, plantarse definitivamente contra algo que es evidente que nos hace mal. Estos cigarrillos por el contrario, pueden impedir el cese definitivo del consumo de tabaco, y seguir teniendo el riesgo añadido de las sustancias tóxicas que se respiran.
Es más. En un estudio publicado en la revista British Medical Journal en 2010, se los define como “una de las mejores estrategias para retener a los fumadores más indecisos”.
A día de hoy existen múltiples estrategias de eficacia probada para abandonar el tabaco,y el cigarrillo electrónico no se encuentra entre ellas. Además, la cantidad de nicotina contenida en cada cartucho es extremadamente variable: si es demasiado poca, podría no ser efectivo como sustitutivo, si es demasiada, podría ser tóxica.
Y para muestra un botón. El Parlamento Europeo fue claro hace unos días: el cigarrillo electrónico puede ser regulado como un producto medicinal, o relacionado con el tabaco.
¿Qué eligió la industria? Que se relacionara con el tabaco, a pesar de tener estrictasrestricciones en relación con la publicidad y su uso público, y la mala imagen que puede conllevar; pero la razón es sencilla: es extremadamente difícil demostrar las bondades médicas de un producto, cuando cada vez más voces del mundo científico se levantan aportando datos en su contra.
¿Dónde puedo utilizarlos?
Hace escasos días en la cámara baja del Congreso de los Diputados se aprobaba la Ley General para la Defensa de los Consumidores y los Usuarios, donde se establecen las bases para la futura regulación de estos cigarrillos. Estos se prohibirán en centros docentes o formativos, transporte público (aéreo, ferroviario, marítimo, urbano e interurbano), administraciones públicas y en establecimientos sanitarios.
¿Qué opinan los médicos al respecto?
La crítica más enérgica viene a través de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR). Su juicio puede resumirse en lo siguiente: “Si no conocemos realmente los riesgos a medio-largo plazo del cigarrillo electrónico, ¿por qué exponernos innecesariamente? ¿por qué no una legislación al menos igual de dura que para el tabaco convencional?”.
También se pronunció recientemente la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, una de las sociedades médicas más potentes de nuestro país, con argumentos similares.
Desde la OMS son más cautos a la hora de hablar de los mismos, simplemente desaconsejando por ahora su uso. Otras entidades también se han pronunciado, como el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT): “Cada vez más estudios demuestran daños para la salud”, advierten.
El futuro
La línea de acontecimientos que se han sucedido en los últimos años, a lo largo de diferentes países, nos invita a pensar que el e-cig seguirá creciendo en consumo, a pesar de que la legislación se equipare a la del tabaco (como ha sucedido recientemente en Francia o Bélgica).
Y sólo cabe esperar que nos concienciemos acerca de su peligrosidad, y sobre todo, que tengamos en cuenta sus posibles efectos adversos a largo plazo, que aún están por determinar.