Predecir y explicar el funcionamiento de la compleja maquinaria que supone la Economía es un asunto complicado, no en vano todavía no se ponen de acuerdo ni los propios economistas. Esto se debe como decía Galbraith, a que la economía no se adapta a un patrón sencillo y coherente. Una de las definiciones más curiosas es aquella que dice que los economistas son personas que se pasan la mitad de su vida diciendo que va a pasar y la otra mitad explicando por qué no ha pasado.
Con todo lo compleja que puede ser la economía, está basada en algo tan sencillo como son las necesidades humanas. En el fondo somos seres que necesitamos cobijo y alimentos para sobrevivir y perpetuarnos para perdurar como especie, y este es su fundamento.
La economía ya existía antes que las modas. Empezó en la prehistoria con la recolección para posteriormente continuar con la fabricación. Más tarde llegó la especialización del trabajo, que según los historiadores es uno de los momentos estelares de la humanidad e identificada con la Revolución Industrial, de los siglos XVIII y XIV.
La revolución industrial no sirvió solo para impulsar la división del trabajo sino para introducir otro factor importante, el capital, que no es solo el propio dinero, sino todo bien que sirve para producir otro bien. Desde finales del siglo XVIII hasta hoy no ha habido jamás tal proporción de inventos destinados a acumular capital, desde la máquina de vapor hasta el último microchip.
Los artífices de tales hazañas son los emprendedores, las empresas, los consumidores, y hay que poner a todos de acuerdo, encajando el puzle. Esto se logra mediante el mercado, que trata de regular las fuerzas de los consumidores, la demanda, y los productores o lo que es lo mismo la oferta. De este tira y afloja surge el índice de necesidades satisfechas, que se llama precio.
El precio de un producto depende de la necesidad de tenerlo, de la abundancia o escasez del mismo y del coste que supone obtenerlo. Aquí es donde se producen las paradojas de la economía. El agua por ejemplo es un bien más necesario que las piedras preciosas, pero debido a su relativa abundancia resulta mucho más barata, pero preguntemos a alguien inmediatamente después de finalizar un maratón que premio prefiere, el agua o el tesoro.
Los gobiernos toman el pulso de la economía a través de la política económica. Se hace una media de los productos más necesarios para elaborar un índice por todos escuchado, la tasa de inflación. El miedo a que este índice se desboque se debe al efecto dominó que hace sobre toda la maquinaria económica.
Un ejemplo, se sucede en todas las últimas o penúltimas guerras vividas, que afectan de lleno al petróleo, el barril multiplica su precio inicial. Si hace 200 años este era un producto casi inservible, está presente en todos los órdenes de la vida, gasolina, fibras, pinturas, etc.
El ciclo del temor puede ser el siguiente: subir el precio del petróleo supone subir el precio de la gasolina, las empresas de transportes suben sus tarifas con lo que transportar cosas se hace doblemente costoso. Por su parte las empresas que han encargado el transporte de los productos revisarán al alza sus tarifas, o bien recortarán otros costes, como la mano de obra.
Cuando aumenta el desempleo, el Estado destina más recursos a prestaciones sociales y disminuye el consumo al haber menos dinero en manos de los trabajadores, por lo que las empresas no se deshacen de sus mercancías almacenadas. Esto provoca una caída de ahorro, llega menos dinero a los bancos y estos tienen que prestar dinero a un interés más alto, los empresarios tienen menos posibilidades de mejorar pidiendo créditos y en consecuencia se crean menos puestos de trabajo,...
Pero no siempre las causas de la inflación se deben a estos aspectos directos como el petróleo. Otra razón del aumento de los precios es la especulación, uno de los mayores males de la economía.
Estamos situados sobre la plataforma endeble de los casos recientes. La crisis económica actual, que es consecuencia de la euforia financiera descontrolada, y similar a casos anteriores como el de 1.987 en Estados Unidos, donde un grupo de aventureros, por llamarlos de alguna forma, se dedica a comprar las empresas más grandes tomando el dinero de miles de ahorradores, a los que prometían intereses elevadísimos. Todo va bien hasta que endeudarse deja de estar de moda y la pompa de jabón ya no puede seguir hinchándose indefinidamente y estalla. El efecto se comunica desde las grandes economías a las pequeñas, afectando a las piezas de la máquina.
Desde el imperio de Wall Street, que no es tan lejano en el tiempo, hasta el uso de las tarjetas opacas de Bankia. Esta situación que no es nueva y nos suena a todos, demuestra la existencia de los ciclos económicos pero también de fórmulas y elementos que intervienen para sacar tajada.
Surge por tanto, la necesidad de que existan medios de control. Esta misión de regular las válvulas de la máquina económica solo puede recaer sobre la política que se aplica. Sino asistiremos atónitos a justificaciones por ejemplo del uso de unas tarjetas opacas, diciendo que como se usaban para fines no vinculados con la actividad principal de la entidad no constituye delito. La ayuda pública inyectada a las entidades financieras tampoco provenía de la actividad normal de la entidad y no se impidió.
Sobre el protagonismo del Estado en los procesos económicos se dividen los economistas en dos grupos, los que creen que el Estado nunca debe intervenir y los que creen que el Estado debe intervenir en mayor o menor grado. Aunque esta sea la discusión, es otra historia; Yo me sitúo con los del segundo grupo.
Pero lo más importante es volver al principio y recordar que la economía es un instrumento de justicia que se basa en necesidades humanas.
JOSE MARIA PAREDES GARCIA 12:03 19 octubre 2014