Las próximas elecciones municipales y autonómicas pueden ser tan decisivas para España como aquellas elecciones municipales que nos trajeron la II República. Los españoles parece que estamos dispuestos a repetir los acontecimientos y las situaciones que nos llevaron a la peor tragedia de nuestra historia.
Cuestionamos la transición a la democracia ejemplo para el mundo de un pueblo que quería vivir en paz y progreso dejando a un lado los odios y los resentimientos.
Cuestionamos la unidad de un país donde todos somos necesarios.
Cuestionamos una Constitución que consensuamos y elegimos mayoritariamente, que garantiza no sólo los derechos y libertades de todos sino que además da unos niveles de autonomía a las diferentes comunidades que ya quisieran para sí muchos estados del mundo.
Y por último, y con todo lo que ello conlleva, cuestionamos el sistema que ha permitido que España en estos últimos casi cuarenta años haya vivido los momentos de mayor cuota de libertad y democracia de su historia.
La culpa de lo que se nos puede venir encima no es sólo de la crisis económica que ha hecho que el paro llegue a cifras nunca conocidas y que muchas familias hayan pasado de una razonable prosperidad a casi la indigencia, ni siquiera de la corrupción política que era menos perceptible cuando las cosas nos iban bien, y que ahora aflora sin dejar títere con cabeza de la llamada “casta política”, la culpa es sobre todo de la falta de cultura política de un país acostumbrado por su historia a dejar la vida pública en manos de unos pocos o a pretender que todas las decisiones se tomen asambleariamente o por referéndums.
Es cierto que los partidos se han convertido con el tiempo en cotos cerrados con una cuota de reposición más bien escasa y con muchos políticos convertidos en funcionarios sin oposición durante prácticamente toda su vida laboral sin otros merecimientos, en algunas ocasiones, que el de ser disciplinados y tener la ambición política justa. Naturalmente esa permanencia en el tiempo en puestos remunerados no contribuye precisamente a la transparencia y a la eficacia.
Si los partidos, especialmente los grandes, no se plantean fijar por ley el tiempo máximo de permanencia de todos los cargos políticos remunerados, difícilmente los ciudadanos van a dejar de tener la desafección que hoy tienen hacia la política y los políticos. Tiene que aumentar la cuota de reposición y si es necesario fijarla por Ley como se ha hecho con la paridad entre hombres y mujeres en las listas electorales.
Esto no se arregla ni con primarias, ni con listas abiertas (qué más da si en las listas casi siempre van los mismos), esto se puede arreglar si la gente percibe que la política no es una profesión si no que es un servicio público temporal y algo accidental en la vida de una persona.
Si no hay una voluntad política por parte de todos los partidos democráticos para devolver la fe a los ciudadanos en el sistema y en las instituciones iremos irremediablemente al “anarquismo-comunistoide” de los “EMOS”, algo que ya se puso en práctica en nuestro país en la primera mitad del siglo XX y que nos llevó, amén de otras causas, a la más espantosa ruina económica y social.
La falta de cultura política, el cabreo y la frustración nos está llevando a dejarnos convencer por consignas populistas, demagógicas e irrealizables que suenan bien en los “tuiters” y “wassaps” pero que si un día se intentan poner en práctica nos vamos a enterar de lo que es perder derechos fundamentales.
Las propuestas de estos “EMOS” responden a modelos políticos de países depauperados en los que el respeto a los derechos individuales de los ciudadanos brillan por su ausencia, se trata de igualar por abajo porque son incapaces de proponer políticas de crecimiento y de incentivar la creación de riqueza, es mucho más fácil crear una oligarquía revestida de santidad, de pureza y de castidad política que uniformen al personal bajo la consigna de que; a esto hay que darle la vuelta como a un calcetín pero eso si manteniendo su estatus y los pingues beneficios de asesor de partidos políticos poco democráticos y teniendo los platos de Berlusconi y Lara a su disposición.
Dice Fernando Savater que “el populismo es la democracia de los ignorantes”. Bien, pues veremos próximamente cual es el nivel de ignorancia política de este país y mucho me temo que seguiremos con nuestra constante histórica. EMOS “sic transit gloria mundi” por el bien de todos.